Sueños de un lactante.


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Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de tantos días seguidos de asueto. Eran unas merecidas y anticipadas vacaciones. Unas semanas atrás, en un chequeo rutinario, el médico de la mutua me detectó la tensión tan alta y un nivel de estrés tal que me dijo que si no le prometía tomarme unos días de descanso, él mismo me daría la baja laboral. Y la verdad es que el doctor tenía razón, hace demasiado tiempo que siento que voy como montado en un tren que nunca para, y ya ni siquiera recuerdo cuál fue la última estación.

En esas dos semanas de descanso, decidí recuperar alguna de mis viejas aficiones perdidas. Comprar en el mercado, preparar yo mismo la comida, escuchar música relajadamente, leer una buena novela, pasear por el parque… Creo que desde que mi hijo Julián cumplió los 9 años – y ahora ya tiene 25 – no había vuelto a venir al parque de al lado de casa.

Así es que en el primer día de mi nueva vida, salí de casa con una novela que me mi esposa me había regalado en alguno de los días del libro de los últimos años – Los crímenes de Oxford – y anduve un rato por el parque. Recorrí los angostos senderos de la zona más boscosa hasta que el cansancio me hizo sentar en un banco junto a una fuente y el parque infantil y me puse a leer.

Era horario escolar y por el parque tan sólo deambulaban ancianos jubilados y alguna mamá con su pequeño caminando con torpeza agarrado a su mano o en el carrito. Era una hora calurosa pero agradablemente tranquila.

Estaba sumergiéndome en la lectura del libro cuando pasó junto a mí una chica empujando un carrito de bebé que me saludó. Levanté la vista de las páginas y le devolví el saludo. Era una muchacha muy joven, debería tener unos 18 años, y su apariencia era muy atractiva. Pensé que debería ser la canguro del bebé. Se sentó en el banco de al lado y yo volví a mi lectura.

Al cabo de un rato, el llanto del pequeño me sacó de las páginas del libro y me hizo dirigir la mirada hacia el banco vecino. El niño había dejó de llorar. La jovencita le había puesto su blanco y generoso pecho en la boca y el bebé se saciaba en la gloria de aquel sugestivo pezón de mujer. Confieso que aquella imagen me cautivó. Nunca me hubiera imaginado que aquella chica tan joven pudiera ser mamá y además, no parecía que su cuerpo hubiera albergado un reciente embarazo.

La muchacha me sorprendió mirando cómo daba de mamar a su bebé y creo que me ruboricé. Le pedí casi instintivamente disculpas por mi indiscreción y ella, que no mostró ningún signo de desaprobación, me dijo muy amablemente que sentía haberme incomodado.

No me incomoda. No. – Le contesté apresuradamente – Soy yo quien debería disculparse por haberla estado mirando. Lo que ocurre es que…, me ha sorprendido. No sé por qué, pensé que era la canguro de la criatura, no la mamá. ¡Es usted tan joven!

Gracias. Tengo 19. Supongo que comparado con lo que se estila ahora de tener los hijos a partir de los 30, sí, soy una mamá muy joven. – Y añadió, volviendo al motivo de la conversación.- ¿De verdad que no le molesta que le dé de mamar aquí?

No, de verdad. En absoluto. – Aquella situación me había puesto en evidencia, y muy nervioso. No sabía qué decir. - Es algo muy natural. Y además… no creo que a su pequeño le guste la idea de dejarlo ahora. ¿Qué es, niño o niña?

Es un niño. Se llama Alejandro, como su padre, y tiene un mes y tres semanas.

Yo esbocé una sonrisa de aprobación y volví, tal vez descortésmente, a mi libro. Aunque lo cierto es que ya no pude concentrarme. La mirada se me iba hacia el banco derecho, hacia el seno descubierto de aquella preciosa joven. Y para evitar la vergüenza de ser sorprendido de nuevo embelesado en la contemplación de una escena tan sugerente me levanté del asiento, me despedí de la muchacha con un lacónico adiós y me volví a casa.

Desde ese momento, no pude evitar contar las horas hasta que llegara la nueva mañana. Deseaba fervientemente reencontrarme con aquella bella muchacha y con su pecho desnudo acaparado por el insolidario lactante.

A la mañana siguiente no perdí el tiempo paseando por los caminos del parque, directamente me dirigí al mi banco con la esperanza de aquella madona renacentista hiciera acto de presencia. No podía concentrarme en la novela, miraba el reloj y a todos los rincones del parque para ver si aparecía y cuando ya desesperaba de verla, apareció tirando del carrito, viniendo hacia mi lado. Me regaló la sonrisa más hermosa que había visto jamás, nos saludamos educadamente y se sentó otra vez en el banco de al lado.

Hice como si leyera la novela que llevaba entre las manos. Pasaba las páginas para que ella no se percatara que fingía. Y, de tanto en tanto, no me resistía a mirar de soslayo hacia mi derecha, esperando el ansiado momento. Pero no sucedía. Y me maldije por mi indiscreción del día anterior. Estaba convencido que mi actitud coartaba a la muchacha. Miré el reloj, pasaban diez minutos de las 11, y calculé que la toma del bebé ayer había sido a las 11 en punto. Si al menos el mocoso rompiera a llorar – pensé -. Pero no hizo falta, dirigiéndose a mí, como si supiera el interés que había despertado aquella función materna en mí, me anunció que ya era la hora de la toma de su Alejandro, al tiempo que se desabrochaba la camisa y levantaba la cubierta del sujetador del pecho izquierdo. Yo volví a hacer aquel gesto vacío de aprobación – como si ella necesitara de mi aprobación -, pero a diferencia del día anterior, me quedé mirando cómo el pequeño pugnaba nervioso con el enorme y rosado pezón hasta que consiguió engancharse y empezar a succionarlo con tanto placer que en su cara se dibujaba una inocente sonrisa de satisfacción. También la cara de la madre aparecía como iluminada por el placer de dar su propia leche a su hijo.

Me sentía algo estúpido allí, mirando embelesado cómo lactaba aquel egoísta bebé. Pero no me importaba. No creía que fuera un despreciable por valerme de mi edad, de mi condición de padre – algún día no lejano de abuelo – para otorgarme a mí mismo el derecho de mirar sin recato, como un médico a una paciente. Y a ella no parecía importarle. Al contrario, al comprobar que desde que empezó a amamantar al niño yo no había dejado de mirarlos, empezó a hacer comentarios sobre la alimentación de su hijo, cuánto había pesado al nacer, cuántas tomas hacía al día, y un sinfín de detalles a los que yo prestaba la misma atención que hubiera prestado la abuela de la criatura u otra mujer en estado, ansiosa de información.

Aproximadamente a los cinco minutos cambió de pecho y yo me perdí la visión directa de su nutritiva teta, pero aún así, no dejé de mirar y de conversar con mi joven amiga.

Unos minutos después de que ella acabara de amamantar a su bebé, lo colocó dentro del carrito, se levantó del asiento y se despidió de mí, con un neutro y coloquial “hasta mañana” que yo quise interpretar como una invitación a volverla a ver.

Sin duda estaba excitado. MI tensión estaba disparada. Me reí al pensar qué diría mi médico si supiera el estrés que me estaba produciendo aquel período de descanso.

Por la noche, cuando mi mujer y yo nos acostamos, le tomé los pechos y empecé a acariciarlos con suavidad, haciendo que se erizaran los pezones hasta ponerse duros como piedras. Laura, mi esposa, se dejó hacer, complacida. A su edad, 45 años, aún tenía los pechos muy bien cuidados, grandes y firmes. Le levanté la camiseta y cuando tuve las dos tetas desnudas a mi alcance me dediqué a chuparle los pezones y a meterme sus pechos en todo lo que me cabía en la boca para satisfacción de Laura, que no daba crédito a mi espontánea pasión por sus tetas.

Me esforcé tanto en excitar y excitarme mamando las tetas de mi mujer que con unas mínimas caricias en su mojada rajita, conseguí que tuviera un orgasmo. Yo hice lo propio, encima de la barriguita de mi señora, merced a los frotamientos de mi pene contra su cuerpo.

Cuando acabamos, temí que Laura me preguntara qué me había pasado por la mente para actuar de aquella forma, pero no lo hizo. Después de lavarse, se metió en la cama, me dio un casto beso de buenas noches en los labios, y se dio la vuelta para dormir de espaldas a mí. Yo también me dormí, pero soñando con las tetas de mi joven amiga.

Al día siguiente, cuando regresaba del banco de hacer unas gestiones, a primera hora de la mañana, me vi sorprendido por la presencia de la muchacha en la entrada de mi edificio. Iba cargada con el carrito del bebé y con unas bolsas de la compra.

¡Hola, buenos días! – Exclamé yo sorprendido y visiblemente contento por aquella coincidencia.

¡Buenos días! – Contestó ella con naturalidad, sin mostrar sorpresa alguna.

¿Vives aquí? – Pregunté, a la vez que abría la puerta con mis llaves y la ayudaba con las bolsas de la compra.

¡Claro! Pensaba que lo sabía. Hace casi un año que mi marido y yo vivimos aquí. Desde que nos casamos.

Perdona, no lo sabía. La verdad es que los últimos años a penas si paro en casa. – Y pregunté - ¿En qué piso vives?

En la planta baja, tercera puerta.

Por eso no hemos coincidido en el ascensor. – Argumenté, intentando recordar si la había visto antes.

Ella sonrió forzadamente - ¿quizás algo decepcionada por no haberme fijado antes en ella? pensé -. Pero ahora lo prioritario era ayudarla con las bolsas y el carrito. Me dirigí hasta la puerta de su piso y esperé a que ella la abriera y entrara el carrito. Yo me quedé a la entrada, con las bolsas en la mano hasta que ella me llamó en voz alta desde la cocina, pidiéndome que entrara. Obedecí y cerré la puerta detrás de mí.

Eran casi las nueve, el pequeño Alejandro empezó a llorar y la madre se disculpó informándome que se había retrasado en la toma de las ocho y media y que si me esperaba unos minutos, estaría encantada de ofrecerme un café.

Lo correcto, probablemente, hubiera sido excusarme y dejar que la madre amamantara a su criatura en la intimidad de su hogar, pero la sola idea de contemplarla de nuevo, con los senos desnudos, dando de mamar al pequeño, y en su propia casa, se me antojó un regalo de los dioses imposible de rechazar. Así es que le dije que no tuviera prisa, que me encantaría tomar ese café y que no me vendría mal hacer algo de relaciones con la vecindad.

Por cierto… ¿Cómo te llamas? – Le pregunté mientras la seguía hasta la sala de estar, donde tomó asiento en el sofá.

La mayoría de la gente que escucha por primera vez mi nombre se extraña mucho. Me preguntan si soy árabe o sudamericana. A ver qué opinas tú: me llamo Zenobia.

Yo me había sentado en un sillón, frente a ella, con la intención de no perderme detalle de su sesión de lactancia. Después de dos veces, y alejados de las miradas de otras personas, no tuve conflicto interno alguno a la hora de admirarla. “Zenobia” me pareció un nombre bellísimo para una mujer bellísima.

Zenobia… Me gusta es un nombre muy bonito. ¿Sabes quién fue Zenobia? – Le pregunté con la intención de impresionarla, si eso era posible, con mi cultura.

Una santa no. No he encontrado el nombre en el santoral. Precisamente mis padres querían un nombre que no fuera católico. No son nada creyentes.

Yo tampoco. Zenobia fue una reina de Palmira, en el siglo III. Palmira, bueno, sus ruinas, están en Siria y es un sitio muy turístico. El otro lugar importante de aquel reino era Petra, ¿te suena más Petra?

Sí, me suena de algún catálogo de viajes. – Y se esforzó en pensar de qué le sonaba ese nombre y preguntó, como pidiéndome pistas - ¿Está en Egipto?

No, en Jordania. Sale en la primera película de Indiana Jones. La ciudad excava en las rocas.

Sí, sí, ya sé cuál es.

Mi mujer y yo fuimos de viaje a Petra y Palmira para celebrar nuestras bodas de plata. – No quería hablar de mi matrimonio pero me salió la frase sin querer.

¡25 años! – Exclamó Zenobia.

Veintisiete: Fue hace dos años.

¡Qué bonito, no, estar juntos tanto tiempo!

Tiene sus cosas buenas y también sus inconvenientes. Como todo en la vida.

Sí supongo. Ya te lo diré si Alejandro y yo llegamos a celebrar unas bodas de plata.

Zenobia me estaba tuteando por primera vez. Mientras conversábamos, se había cambiado al bebé de pecho con naturalidad. Al pequeño no parecía molestarle.

No te he dicho como me llamo yo. Mi nombre es más vulgar: Jorge.

Ya lo sé. Lo había mirado en el buzón.

¡Vaya! – Exclamé, gratamente sorprendido por las molestias que se había tomado la joven en saber quién era yo.

Sobre el sofá había un retrato de Zenobia dibujado al carboncillo. Era una de esas fotografías tratadas por ordenador. Estaba preciosa. Me sorprendió mirándola y me dijo:

Dicen que en ese retrato me parezco mucho a Shannon Elizabeth. – Supongo que la expresión de mi cara delataba que no sabía a quién se refería.- Es la protagonista de American Pie.

No sé si la habré visto.

Pues han hecho tres partes ya. Y en las tres sale ella.

¡Tendré que verla! - Y ella se sonrojó al darse cuenta de lo intrascendente del tema.

El bebé había soltado el pezón de la teta derecha y la madre se esforzaba por volvérselo a meter en la boca, sin éxito.

No quiere más. – Dijo dirigiéndose a mí.- Por la noche ya he empezado a darle biberón para que aguante más horas dormido y ya empieza a preferir el biberón a mi leche. – Y hablándole al pequeño, exclamó.- ¿Ya no te gusta la lechecita de mamá?

Sé que es una indecencia pensarlo siquiera, pero hubiera querido decirle que si su bebé no quería más que yo me la acabaría. Deseaba mamar aquellas increíbles y hermosas tetas.

Zenobia decidió acabar de amamantar a su pequeño y se lo puso al hombro para favorecer que eructara .Cuando lo hizo, lo dejó sobre un canastillo que había junto al sofá, plácidamente dormido. Se levantó y fue hasta la cocina para preparar el café. Al momento salió y se excusó diciendo que iba a cambiarse, señalándome hacia el hombro derecho que había quedado manchado por el bebé.

Se metió en el lavabo y cuando salió, se había quitado la camisa - y deduje que el sujetador - y se había puesto una camiseta ancha y larga. Entró de nuevo en la cocina y salió con una bandeja con la cafetera, dos tazas, el jarrito de la leche y el azúcar. Con aquella camiseta, sus senos liberados del sostén destacaban maravillosamente y sus pezones, recién ordeñados, despuntaban orgullosos. Mientras me recreaba inconscientemente en la sugerente visión de sus cántaros de leche, Zenobia echó el café en las dos tazas y me preguntó:

¿Leche? – La pregunta estalló en mi mente como un castillo de fuegos artificiales.

No. Café sólo, gracias. - Hubiese querido decirle que sí, que quería leche: su leche.

Mientras tomábamos el café, ella volvió a sorprenderme con una anécdota relacionada con la primera vez que nos vio, a mí y a mi mujer, saliendo del edificio.

Sabes que por tu culpa, tuve a mi marido muerto de celos durante varios días.

¿Por mi culpa? – Pregunté ansioso de conocer la respuesta.

Sí. Llevábamos poco tiempo viviendo aquí. Al veros salir, cogido de la mano con tu esposa, yo le hice un comentario a mi marido… Espero que no te moleste lo que voy a decir.- Y continuó.-…sobre lo elegante y atractivo que me parecías.

¿Me viste de lejos, no? – Bromeé.

¡No hombre no, que te vi de cerca!

¡Gracias! Me halaga. – Yo estaba exultante, impaciente por conocer el desenlace de aquel momento.

Durante unos instantes se hizo un silencio especial. Creo que los dos nos encontrábamos a gusto, juntos, aunque ninguno dijera ninguna palabra. Zenobia rompió el silencio:

¿Puedo preguntarte una cosa?

Claro. Después del piropo que me has echado puedes preguntarme lo que quieras.

¿Tienes hijos, no?

Sí. Julián, tiene 25 años. Lleva dos viviendo en Alemania.

¿Tu mujer le dio el pecho a tu hijo?

Ha llovido mucho desde entonces, pero no, no pudo. ¿Por qué lo preguntas? – estaba intrigado y agradecido por el derrotero que estaba tomando la conversación.

Es que a Alejandro, mi marido, se incomoda cuando le doy de mamar al niño.

Tú misma has dicho que es un hombre celoso… Bueno, otro, aunque sea aún un mocoso está disfrutando de uno de los placeres del cuerpo de su mujer. – Le dije, aunque pensaba que aquel tipo era un perfecto imbécil: ¡despreciar el placer de contemplar algo tan bello y sugerente!

Tengo una hermana menor que yo. Cuando nació yo tenía 10 años. Y me encantaba ver cómo mi madre le daba el pecho, me quedaba pasmada, mirando. Y a menudo me acompañaba en esta función de espectado, mi padre. A él también le gustaba estar presente cuando mi madre amamantaba a mi hermana.

Sabio hombre, tu padre. Porque es un momento hermoso. – Y aseguré, por si creía que era un cumplimiento.- Lo digo de verdad.

Ya lo sé que lo dices de verdad. He visto cómo me miras.

Eres una mujer hermosa y cuando das el pecho a tu hijo, eso te hace más hermosa aún.

Me voy a ruborizar. – Susurró Zenobia, con la cara inundada de color, y los ojos expresivamente abiertos.

Cuando creían que yo no estaba, veía a mi madre darle el pecho también a él. – Zenobia recordaba con nostalgia y emoción aquellos momentos.- Me gustaba ver a mi papá chupando las tetas de mi madre, como si fuera un bebé.

Nos mirábamos en silencio, esperando que uno u otro diera el paso. Me percaté que dos manchas húmedas marcaban sus pezones en la camiseta. No sabía si era correcto o no señalárselo, pero ella se dio cuenta cómo la miraba a los pechos y le restó importancia. A mí me excitaba aquella visión y deseaba tener el valor de decírselo. Zenobia notó mi nerviosismo y me preguntó en quí pensaba. Y quemé mis naves.

Estaba pensando, probablemente como tu papá, que es una lástima que se desperdicie una leche tan dulce.

¿Cómo sabes que está dulce? – Preguntó con un gesto de coquetería.

Sólo puede ser dulce saliendo de tus pechos. – Contesté.

¿Te gustaría comprobarlo?

Al preguntármelo, hizo además de que me sentara a su lado. Creí que aquello no me podía estar ocurriendo a mí. Obedecí y me puse a su lado. Ella se quitó la camiseta y entonces yo me estiré en el sofá, apoyando mi cabeza en su regazo. Ella me cogió con sus manos, como hacía con su bebé y me atrajo hacia sí para ponerme un rebosante pezón en mi boca y empecé a mamar. Primero con suma delicadeza, con miedo a hacerle daño; después con mayor intensidad al comprobar que a Zenobia me apretaba cada vez más contra sus pechos demostrándome de forma inequívoca que le gustaba lo que estábamos haciendo. Cuando abría los ojos y miraba hacia arriba veía su cara demudada de placer. Su leche era espesa y tibia y dulce. Sin duda la ambrosía de los dioses.

Como hacía con su bebé, a mí también me cambió de teta, y repetimos la toma con la misma intensidad y sintiendo igual placer.

Cuando acabé de amamantarme en sus fantásticos pechos, Zenobia se puso de nuevo la camiseta, me dio un beso maternal en los labios y se disculpó comentando que estaba muy cansada, que había pasado mala noche y aprovecharía que el niño estaba durmiendo para echarse ella también un rato.

Aunque me había dejado completamente empalmado y con ganas de continuar disfrutando de otras partes de su cuerpo, calculé que no era prudente tentar a la suerte. Así es que como no quería esperar todo un día para volverla a ver, le pregunté si podía invitarla a comer en mi casa. Le expliqué que esos días cocinaba yo y que es muy aburrido comer solo.

¿A qué hora quieres que vaya? – Me preguntó sin más rodeos.

A las dos es buena hora. ¿Ya habrás dado de comer a tu pequeño?

No. Él tiene la toma a las tres.

Perfecto. – Contesté, pensando en que ella traería mi postre.

Ella notó, por la expresión de mi cara, cuáles eran mis intenciones y me guiñó un ojo mientras yo marchaba.

Buenos días. Que tengas felices sueños. – Me despedí.

Hasta luego Jorge.

Tenía cinco horas por delante. Tiempo suficiente para dar un paseo y comprar antes de ponerme a preparar la comida. Camino al supermercado pasé delante de un videoclub y recordé la alusión que Zenobia había hecho de su parecido a una actriz de una película. Entré y pregunté si tenían American Pie, el dependiente me dijo qué parte quería, yo le respondí que la primera. En cuanto llegué a casa, antes de preparar la comida, me puse la película. Aunque era la típica película de adolescentes americanos con las hormonas revolucionadas, no estaba mal del todo y la verdad es que la protagonista femenina, que era una belleza espectacular, ciertamente se parecía a Zenobia.

Todo aquello me había producido una enorme excitación y si no fuera porque me resultaba una especie de infidelidad hacia mi admirada y joven mamá, a la que estaba a punto de volver a ver, me hubiera relajado aquel monumental calentón en el lavabo.

Zenobia fue puntual y yo ya tenía la mesa y la comida preparada. El bebé estaba aún dormido. A ella le gustó la lasaña que había preparado, aunque no pudo disfrutar lo mismo del vino lambrusco que acompañaba el plato porque no debía beber alcohol mientras diera de mamar.

Después de comer le mostré el piso y luego nos sentamos en el sofá a tomar un café. Los dos eludimos hablar de lo que había pasado esa mañana en su casa. Aunque yo estaba expectante por asistir a una nueva sesión de lactancia de su hijo, con la firme esperanza de que quedara algo para mí.

El momento esperado por fin llegó. El pequeño se había desperezado hacía unos minutos. Zenobia lo cogió en brazos, se desabrochó la camisa, dejando al descubierto el sujetador. Levantó la cubierta del pecho izquierdo y empezó a dar de mamar al pequeño.

Aquella visión, aún siendo igualmente atractiva, tenía ahora otro sentido para mí. Disfrutaba viéndola dar de mamar pero a la vez me impacientaba que no acabara ya.

A mi entender la toma estaba durando más de la cuenta. Zenobia se percató de nerviosismo y me dijo:

En las anteriores tomas ha comido poco, y ahora se está resarciendo. – Y exclamó - ¡Bruto, me haces daño! – Y volvió a dirigirse a mí. – Cuando se impacienta porque no sale como él quiere me muerde los pezones con las encías.

Yo continué esperando, hasta que por fin el pequeño cayó extenuado y Zenobia me anunció:

Me ha dejado seca. Hace tiempo que no tomaba tanto.

Pensé que aquel bebé me había fastidiado la tarde, pero Zenobia me había leído el pensamiento y después de dejar al bebé en el carrito, dormido como un ángel, pidió permiso para ir al lavabo y cuando volvió se sentó a mi lado y se abrazó a mí, como para consolarme.

¿Estás enfadado porque mi Alejandro te ha dejado sin tu lechecita?

¡Pobre niño! No. – Y añadí – Si tú quieres, ya me darás cuando te vuelva.

Sabes, hace poco vi un documental en la tele sobre una tribu de África, era sobre la vida de un niño pastor de vacas. Bueno,…. Vacas: la especie de vacas que tienen allí. – Escuchaba a Zenobia e intentaba adivinar qué relación podía tener con la leche de su pecho.- Me llamó mucho la atención lo que hacía aquel muchacho para provocar la estimulación del animal para que diera más leche. ¿Sabes lo que hacía? – Me preguntó.

No. – Me imaginaba que le haría algo en las ubres, estaba deseando conocer el final de aquel relato.

No te lo imaginas. ¡Me quedé de piedra! El pastorcillo se puso detrás del animal y amorró su cara al sexo de la vaca, lamiéndole… Bueno, ya sabes,… lamiéndole.

Aquella era la revelación más interesante que jamás me haya aportado un documental de televisión. Lo interpreté como una invitación y noté que ella también lo quería. Me arrodille frente a Zenobia, le levanté la falda y ella misma se bajó las braguitas. No me lo pensé dos veces, hundí mi cara en su coño y empecé a besarlo y a lamerlo con fruición.

Zenobia se retorcía de placer, estirándose cada vez en el sofá, apretándose contra mi cara. Estaba fuera de sí, como si hiciera mucho tiempo que no disfrutaba de una caricia tan íntima. Yo también me sentía en la gloria comiéndome aquel inesperado postre. Estuve unos minutos follando su rajita con mi lengua hasta que Zenobia logró un prologando y expresivo orgasmo. Me hizo incorporarme, me tomó la cara entre sus manos y me besó con pasión en la boca, degustando su propio sabor. Y después me anunció, mirándose los pechos: Ha funcionado.

De sus pechos volvía a brotar el exquisito manjar. Yo me recosté otra vez sobre su regazo y esperé como un niño a que Zenobia me pusiera sus pezones en mi ansiosa boca. Cuando por fin empecé a succionarlos, me llevé otra agradable sorpresa. Ella me había bajado la cremallera del pantalón y había liberado mi empalmada verga, empezando una sesión de caricias que, unidas a la excitación de tener sus tetas en mi boca, me estaba provocando un placer indescriptible.

Al cambiarme a su pecho derecho, Zenobia aprovechó para inclinarse más sobre mí. Me agarró con fuerza la polla y estiró para que yo lo pusiera lo más cerca posible de su cara. Tuve que improvisar una forzada postura, elevando las piernas que dejé apoyadas sobre el respaldo del sofá, pero valió la pena, porque de esa forma, mientras yo apoyaba mi cabeza sobre su regazo y mamaba su espléndida teta, Zenobia hacía lo propio con mi agradecido miembro.

Con tanta tensión acumulada durante todo el día, mis huevos estaba increíblemente cargados. No podía contenerme, le anuncié que me corría y ella me dio permiso para hacerlo sin dejar de chupármela. Fue una corrida espectacular, no dejaba de descargar mi leche dentro de su boca, y Zenobia no me la dejó hasta que la lamió y rebañó el capullo con agrado.

Me incorporé y me senté a su lado. Los dos estábamos extasiados. Ella se me abrazó y cuando me quise dar cuenta, se había adormilado, con su carita de ángel, como su bebé. Y yo me quedé allí, inmensamente feliz, pensando de qué modo, a partir de entonces, podría revivir aquellos irrepetibles momentos

Mi hermana y yo.


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Habían pasado ocho años desde que había llevado mi hermana a un hotel y disfrutado del placer prohibido de tenerla. Desde entonces una mezcla de miedo y de pudor había hecho que nos viéramos con miradas cómplices pero que continuáramos deseándonos.
Cuando ella se casó dos años atrás, recuerdo que con el vapor del alcohol y después de haber bailado con ella, la bese disimuladamente en el cuello y le desee la mayor felicidad. En ese día sentí que se estremeció y lo hizo aun más cuando le pedí que fuera por un momento a un lugar apartado entre el salón y los baños donde la bese en la boca con pasión.
El día siguiente después de nacer su primer hijo fui a la clínica, estaba mi madre con ella y yo entré a saludarla, la vi en un bata transparente y trate de disimular cuando vi que su hijo succionaba de la enorme teta en que se habían convertido aquellos pechos rosados y duros que había besado con locura en un hotel de las afueras de la ciudad.
Yo casi habia olvidado ese dia cuando ocurrio la realizaciòn de un sueño que todo aquel que ha gozado del amor filial sabe que es repetitivo: Es un placer ùnico que marca la vida y que no tiene para lelo, por lo que siempre regresa en forma cìclica sin que uno lo pueda detener.
Ella vino un día feriado a mi casa, como muchas veces lo había hecho, pero yo estaba solo con mis dos hijos pequeños de tres y cuatro años ya que mi esposa estaba de viaje por un asunto profesional.
Su esposo la dejó en mi casa y juntos estuvimos hablando de los niños, y luego de darles comida tanto los dos nenes como su bebé se quedaron dormidos. Nos sentamos en la sala y como una cosa natural hablamos de la lactancia así como de la importancia que ella le daba a este aspecto.
No había podido evitar sentirme incómodo cuando ella le estaba dando el pecho al niño, me había incluso parado a buscarle un refresco en ese momento al mismo tiempo que viví una extraña excitación que me recordaba el momento de la clínica.
Estando así sentados, la miré más detenidamente, tenia una falda azul de algodón que le dejaba ver sus piernas blancas, recordé entonces cuanto me había gustado esa visión cuando años atrás había motivado que le dijera que mi carro doblaba solo hacia los hoteles y la felicidad que me dio cuando me dijo que no le importaría.
Repentinamente me dijo, estando los niños dormidos y los dos solos en la sala: "¿Nunca has probado la leche materna?", yo `titubeé y maquinalmente le dije "no", me quedé entonces callado, ella bajó los ojos y dijo: ""deberías, es dulce"… me quede de una pieza, pero le contesté: "me gustaría".
Con una audacia que desconocía me dijo: "si quieres te doy a probar". La quedé mirando a sus hermosos ojos café y le dije con dulzura "si tu quieres"… Ella contestó: "¿aquí?…", ahí comenzó mi ciclo, se me enfriaron las manos y sentí que la sangre me venía al rostro pero reponiéndome le dije: "Ven al cuarto", nos seguimos mirando, entré al cuarto y encendí la TV.
Ella estaba afuera, transcurrieron diez minutos y yo pensé que ya no vendría, sentí vergüenza de mis sentimientos, pero en esa confusión mental tocó la puerta y al abrirla entró ella. Me parecía un sueño, la tomé de una mano y la bese en la boca, primero románticamente y después con locura sintiendo mi lengua entrar a su boca como también su suave lengua tocando el cielo de mi boca y dejándose chupar.
La acosté en la cama y levante su falda, ella se tapó y me dijo que no podía hacerlo por razones médicas, entonces me dirigí a la blusa y comencé a desabrocharla, para encontrarme con un sostén inmenso que encerraba sus tetas hinchadas por la lactancia.
Me quité la ropa frente a ella y puse mi miembro en su mano mientras le halaba el sujetador, ella hizo alguna resistencia pero al fin pude soltarlo y ella emitió un suspiro diciendo que "era una locura".
Al tener delante de mi esas enormes tetas con venas y contraídas, se las mamé con locura pas&a
acute;ndomelas por la cara y pasándole la lengua de un pezón a otro. Le dije: "déjame al menos probar tu leche".
Ella apretó su seno y yo succioné locamente su líquido dulce regándomelo por la cara. Yo apreté la otra teta y seguí mamando su leche con enorme excitación mientras ella me pajeaba. Subí entonces y froté mi cabeza hinchada en sus enormes pechos mientras sentía como me hacía gritar el roce de las tetas de mi hermana, luego ella bajó y se lo metió en la boca, me lo mamó con sed, mientras yo veía el contraste de mi miembro moreno con sus tetas y boquita rosada.
Me habría encantado meterselo, pero no podía, así que le pedía que se apretara los pechos y le regué estas con mi líquido preseminal sobre los dos pezones. Seguidamente le dije que me iba a hacer acabar, ella pidió "acaba, acaba, damela". Yo la senté en la cama y me deleité metiendoselo en la boca, frotándoselo en los labios, la cara y sus tetas hinchadas.
Cuando sentí que mi leche venía, le pedí que se juntara sus dos tetas y empecé a moverme como loco, "toma mi leche mi amor, toma mi leche en tus tetaaaaas asiiiiii" y solté un chorro de leche espesa que le baño los pezones, los labios y la cara de mi hermana.
Ahora ella y yo sabíamos que nos deseábamos.

Amamantando a un desconocido.


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Tengo un bebé de 8 meses y lo amamanto, además desde antes de que naciera practico la lactancia erótica con mi marido y me gusta mucho la sensación que me produce el chupeteo en los pezones, es casi como una adicción .

Cuando iba a nacer mi bebé pedí permiso en mi trabajo por 6 meses y eso me dio la oportunidad de mantener mis tetas atendidas, ya sea por el niño o por mi esposo, he estado todo este tiempo con los pechos al aire y en ocasiones les he dado el pecho a ambos simultáneamente. El permiso de trabajo terminó y tuve que volver, durante la primera semana de mi regreso me pidieron que atendiera un negocio en
Pachuca y acompañada de una mamadera artificial me fui a trabajar a ese lugar, atendí los asuntos que me llevaron ahí y me dispuse a regresar nuevamente en autobús.

Elegí un asiento hasta atrás, en el que suponía viajaría sola, previendo la posibilidad de utilizar el tiraleche cuando mis tetas volvieran a llenarse, pero no fue así, un hombre joven y apuesto se sentó a mi lado al mismo tiempo que me saludo con cortesía. A los pocos minutos de haber arrancado el autobús me quedé dormida, pero pronto me despertó la sensación de presión en mis pechos, que repletos de leche empezaron a derramarse mojando la blusa camisera que portaba, impulsivamente toque mis pechos y entonces reparé en el extraño que estaba a mi lado, quien no apartaba la vista de mis enormes y prolíficas tetas sin disimular el deseo. Me dispuse a ir al baño para descargar la leche con la ayuda de la mamadera artificial, y le pedí al hombre de mi derecha que me permitiera salir de los asientos incorporando levemente mi cuerpo, él no se movió y tomando mi mano me jalando mi mano me devolvió al asiento mientras me preguntaba si me podía ayudar.

Me sentí confusa, sobre todo cuando sentí que la mano de él se posaba en uno de mis húmedos senos, la mano se quedó quieta y él se quedó esperando mi reacción, yo me indigné pero al mismo tiempo sentí como mi vagina se contraía de deseo, pasaron escasos segundos para que ese desconocido empezara a masajear suavemente mis pechos, y éstos respondieron de inmediato soltando aún más leche; después sentí como los dedos de una sola mano manipulaban los botones de la blusa, primero el de arriba, descendió otro y otro hasta abrir la blusa lo suficiente para exponer la ropa interior, bajé la vista y observé como la piel de pechos se veía abultada y parecía querer escapar con urgencia.

Como sí el hombre aquel entendiera la necesidad de liberación de mis tetas, pasó una mano por detrás y con gran destreza soltó las amarras del brassiere, para volver a poner una mano en cada teta y, después tomar una de ellas delicadamente para acercarla a su rostro, más bien a su boca. Su ávida lengua se posó en mis pezones para recoger el líquido esparcido por la piel, pasaba de una teta a la otra, de repente separaba el rostro para observarlos y después regresaba a lo que parecía una deliciosa tarea, limpiar mis redondos pechos de todo vestigio de leche.

Después puso los labios en mis pezones y empezó a mamar con fineza, pero ante mi pasividad, estupor e innegable placer que se delataba con mi respiración agitada, tomó confianza y chupo con fuerza y en algunos momentos hasta mordió los pezones incluyendo las aureolas, o alguna sección de la piel de mis pechos. Alrededor no había nadie, ni en los asientos delanteros ni en los costados lo que nos dio algo de intimidad, ya que los chasquidos de su boca al sorber eran ruidosos y mis gemidos podrían habernos delatado ante otro viajero que estuviera cerca.

Cuando él empezó a tomar la leche de mis pechos sostuvo una posición incómoda, torcida, pero poco a poco yo incliné el asiento hacia atrás, pasé mi brazo por detrás para rodearlo y mi regazo le dio cobijo para que se recostara sobre él y pudiera mamar cómodamente. Esto permitió que mientras chupaba un pezón, su mano jugara con el otro, mientras mi mano que quedaba libre acariciaba afectuosamente su cabello, por momentos el soltaba el erecto pezón para mirarme a los ojos con agradecimiento y regresaba a lo que parecía la más placentera de las tareas para él, lamer, chupar, mamar, succionar uno y otro pecho, vaciarlos.

Cuando ambos pechos quedaron sin nada él se durmió prendado a mi pezón sin dejar de mover sus labios suavemente. Yo estaba con las chichis y la vagina húmedas, había alcanzado varios orgasmos durante el tiempo transcurrido en ese estado de frenesí erótico compartido con el desconocido.

Cerré los ojos sin dejar de acariciar su pelo y así siguió el viaje hasta que un ruido de frenos me puso en alerta. Le moví con suavidad y firmeza, él despertó y comprendió la situación, depositó un beso en cada pezón, sacó un pañuelo, limpió los restos de leche de su rostro mientras yo reacomodaba mis pechos dentro del sostén y los volvía a aprisionar al cerrar botón tras botón de mi blusa. Él sin decir nada se puso de pie y lo vi desaparecer por el angosto pasillo del autobús. Nunca lo olvidaré...

Mi cuñada ingrid.


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Desde muy pequeño, cuando apenas contaba con seis años de edad, me empezaron a atraer sobremanera los senos de las mujeres, creo que se debía, a que mis primas, cuñadas y tías por lo mismo que era muy niño, se desnudaban frente a mi como si no existiera y es ahí donde precisamente empiezo a observar a una prima que era linda, con un cuerpo fenomenal y unas tetas impresionantes, ella llegaba a almorzar todos los días a mi casa ya que debía regresar a su trabajo por la tarde, entonces en ese lapso entraba a mi habitación a quitarse la ropa que traía y ponerse algo mas cómodo para la hora de ir a almorzar. Durante mucho tiempo sucedió esto hasta que mi padre compró una casa en una zona residencial, por lo que ya a mi prima le quedaba muy lejos de su trabajo ir a almorzar a mi nueva casa.

Cuando contaba con nueve años de edad y ya era un fanático de las revistas de mujeres desnudas, nació mi segundo sobrino, hijo de mi hermano mayor y su esposa mi queridísima cuñada Ingrid, debo comentar que soy el último de cinco hermanos varones, que era verdaderamente una belleza, y envidia de muchas mujeres, por su porte y excelente figura, era una mujer de aproximadamente 1.66 m. de estatura, de cabellos sumamente negros que llegaban hasta sus hombros de tez muy blanca, unos hermosos ojos negros muy grandes y una cejas largas bastante pobladas pero perfectamente delineadas, de nariz pequeña muy perfilada y unos estupendos labios carnosos que la hacían muy sensual en su boca pequeña. Su cuerpo era espectacular, contaba con unas enormes tetas, una cintura bastante pequeña, para ser mamá por segunda vez y un culo prodigioso, sumamente perfecto, ancha de caderas y bastante salido, sus piernas eran contorneadas desde los muslos hasta las pantorrillas y de pies pequeños.

Mi madre, que es una mujer criada bastante a la antigua, cuando mi cuñada Ingrid le daba de lactar a su bebé, no me permitía que entre a la habitación de ésta, tanto así que nunca presté atención a cuando lactaba mi sobrino, hasta que un día Ingrid estaba dando de lactar y me llamó para alcanzarle el babero que estaba lejos de ella, inocentemente acudí al llamado pensando que había terminado de atender al niño, ya que ella sabía que mi madre me tenía prohibido entrar a su habitación cuando estaba atendiendo al bebé. Y OH! sorpresa, me encontré con un espectáculo que me dejó con la boca abierta... Ingrid estaba dándole de lactar a mi sobrino, era una teta inmensa blanca producto de la lactancia con una aureola marrón no muy oscura muy grande y un pezón fabuloso, cual habría sido mi expresión que ella solo atinó a sonreír, claro que inmediatamente mi pene se puso en una erección inaguantable. A partir de ese día hasta los ocho meses que cumplió mi sobrino no dejé de acompañar!
a mi linda cuñada ni un solo día, lo que percaté y me llamó bastante la atención a mis cortos diez años era que le encantaba que la mirara, ella en ese entonces contaba con 25 años, ya que cuando terminaba de amamantar al niño, me lo alcanzaba para que lo cargara mientras ella se sacaba las dos tetas para aseárselas con un algodón, al comienzo me daba la espalda me parece que por recato, pero sin embargo por los costados de la espalda podía apreciar esos inmensos trozos de carne bamboleantes que se aproximaban y eran los que me hacían terminar en una inmensa paja, pero luego cierto día, creo que por descuido y bastante confianza por lo que andaba todo el rato con ella, volteó de improviso para tomar un brasier limpio y me encontré frente a frente con sus enormes tetas, a lo que ella comentó, ¡uuyyy! Bueno, ya me las has visto bastantes veces y no creo que te asustes ahora, yo estaba mudo, no sabía que decir, pero sin embargo se me ocurrió decirle, que me parecía raro que t!
odos los días me diera la espalda para asearse, si ya me había familiarizado bastante con su cuerpo y que sus senos eran hermosos. A ella le encantó el comentario, se vio reflejado en su rostro. De ahí en adelante jamás me dio la espalda para asearse, siempre lo hacía frente a mi, con lo cual muchas veces hacía que terminara ahí parado, mirándola, sin darme tiempo de correr a mi habitación para pajearme. Que días mas fabulosos pasé contemplando este divino espectáculo, hasta que tuvo que llegar ese día tan nefasto para mí, ella dejó de amamantar al niño, pero debo resaltar que continué durante varios años haciéndome una pajas de lo mas increíble tan solo pensando en esos maravillosos momentos. Pasó un buen tiempo, tratando de ver la forma como verla nuevamente por lo menos semi desnuda, pero nada, la noté mas cuidadosa conmigo, una que otra vez que se cambiaba la blusa frente a mi, donde parecía que el sostén iba a reventar, por sus enormes tetas pero nada mas. Hasta que vin!
o una nueva oportunidad, una noche que nos habíamos quedado solos ella con sus dos pequeños y yo, me llamó a su habitación para que la acompañara a ver una película, ya que su esposo, mi hermano iba a llegar tarde, por una reunión de trabajo que tenía, acepté la invitación no de muy buena gana, porque estaban los niños despiertos y dormían ahí mismo, y ella ya estaba metida en su cama bien cubierta, sin embargo, en un momento que se durmieron estos, y yo estaba semi dormido, me comentó que regresaba en unos momentos porque tenía que ir al baño, ya contaba con 12 años de edad, y cuando se levantó, oooh! Maravilla, tenía un babydoll sumamente cortito de color blanco y transparente, bien pegado a sus enormes tetas que se dejaban ver en una forma muy clara sus enormes pezones marrones y es más ahora podía apreciar su extraordinario culo, que se traslucía a la luz del televisor y de la lámpara de la mesa de noche, ella llevaba una minúscula tanga, que no llegaba a cubrirle su bie!
n proporcionado culaso, esperé a que regresara para nuevamente apreciar semejante monumento, lo cual me despertó una poderosa erección a punto de reventar, esa noche ella fue al baño tres veces mas, la última vez exploté ya sin ningún temor, me mojé la barriga, el pecho hasta la garganta, de la fuerza con que salió disparada mi leche. Este fue un motivo para que al menos tres veces a la semana me quedara viendo televisión hasta tarde con mi cuñadita, y hasta en ocasiones después de regresar del baño, ella se quedaba sin taparse con la frazada, lo que me ocasionaba repetidas convulsiones, era una mujer que le encantaba mostrarse, era sumamente coqueta, en la calle, muchos hombres la devoraban con los ojos.

Todas las vacaciones de verano siempre las pasaba en el norte del país donde la temperatura es muy elevada llega casi a 38° C y donde las mujeres son sumamente calientes y bellas, era mi mayor diversión, pero el verano cuando ya contaba con 16 años, y estaba dispuesto a irme al norte, mi hermano me dice, que junto conmigo va a viajar Ingrid y 2 de sus hijos, para ese entonces ya contaba con tres hijos, pero se había puesto mucho mejor de lo que era, la maternidad le había asentado sobremanera, ella ya contaba con 31 años. La verdad, no me entusiasmó mucho la idea, porque en la casa de mis parientes en el norte del país, mis tías eran bastante recatadas, e iba a tener que estar acompañándola con mis sobrinos por todos lados. Cuando llegamos a esta bella ciudad, me sorprendí totalmente que nos dieran una sola habitación para los cuatro (Ingrid, sus dos hijos y yo), seguro por lo que era la mas grande de todas, en ella había una cama grande matrimonial que la iba a usar mi cuña!
da y sus dos pequeños y al frente una cama mas pequeña para mi. Mis ojos brillaron, porque inmediatamente pensé que la iba a ver desnuda por cualquier motivo a Ingrid o que la iba a ver en su extraordinario babydoll, eso, me excitó demasiado, pero la primera noche a pesar que me había hecho el dormido ella se cambió en el baño de la casa y se echó a dormir con unos pijamas nada transparentes, solo podía notar que estaba sin sujetador porque esos enormes pechos iban de un lado para otro. Bueno, cualquier pretexto era bueno para masturbarme pensando en ella, al siguiente día, salimos a que conozca un poco la ciudad y por la noche me desaparecí con mis amigos a parrandear un poco, pero cuando llegué a la casa, solo estaban mis sobrinos mas no su mamá, se habrá ido de juerga pensé. Me dormí tan profundamente que no la sentí llegar, pero la sorpresa fue al despertar, lo hice muy temprano 6 am y cuando levanté la cabeza para mirar la otra cama, estaba mi cuñadita acostada boca aba!
jo, sin cubrirse, con la pijama hasta la cintura y sin truzaaaa!!! Guuaaaau!!!! Que enorme y perfecto culo, no lo podía creer, me dio un poco de temor hacer ruido y que se pudiera despertar y cubrirse, así que me quedé contemplando esa inmensa cola por espacio de 30 minutos aproximadamente y como no despertaba, opté por levantarme sumamente despacio y acercarme a mirarlo de muy cerca, era perfecto, sumamente blanco, marcado con el bronceado del bikini, me la empecé a correr ahí mismo, necesitaba tocarlo, así que lo primero que se me ocurrió fue cubrirlo, pero al momento de hacerlo se lo toqué de una manera muy suave que ni siquiera sintió, así que volví a hacerlo unas 3 veces mas pero cuando se movió, inmediatamente le dije que la estaba cubriendo porque estaban sus niños al costado, a lo cual ella asintió la cabeza y volvió a dormir, terminé de hacerme la paja en la ducha, en unos momentos se me había puesto la pija enorme, con una cabeza gigante, debo de comentar que la te!
ngo de tamaño normal, pero con todas las parejas que he estado me han dicho que lo tengo sumamente grueso. Luego de salir de la ducha me dirigí nuevamente a la habitación y ya se encontraba despierta, y me dijo que iba a tomar una ducha para tomar el desayuno e ir a conocer mas lugares de la zona, le contesté que estaba bien que la esperaba en la habitación con los niños mientras terminaba de ducharse. Cuando terminó y se dirigió a la habitación lo hizo, solo cubierta con una toalla a la altura del pecho, y nuevamente se me paró como un resorte, pero inmediatamente pensé que me iba a decir que saliera para terminar de vestirse, no fue así, cerró la puerta y empezó a conversar conmigo, preguntándome como había ido el día anterior, mientras por debajo de la toalla se ponía su truza y unos shorts rosados, cuidando mucho de que no se le vea nada, pero ahora venía lo bueno, me preguntaba como iba a hacer para colocarse el sostén....y lo que hizo, fue repetir lo que hace algunos a!
ños había hecho, me dio la espalda dejó caer la toalla al piso y cogió su prenda para colocársela, fue impresionante ver nuevamente esas tetas gigantes por los costados de su espalda, y otra vez a correr al baño para pajearme sin piedad.
Ese mismo día, ya de noche, cansados de la caminata turística, nos fuimos a descansar, mis sobrinos cayeron privados a dormir, Ingrid se puso a leer unas revistas, con la luz encendida y yo igual, solo que en la cabecera de la cama que ocupaba había una pequeña lamparita para leer, como los niños por el reflejo de la luz principal se despertaban por ratos ella optó por apagarla quedando sólo mi lamparita prendida. Al rato me dice que no podía dormir y que quería seguir leyendo, pensé que era una indirecta para cambiar de cama, pero no fue así, me dijo que me hiciera a un lado para acostarse junto a mi. Tembloroso le hice caso, temía que se diera cuenta de mi miembro sumamente erecto, me avergonzaba, así que le di la espalda y mis nalgas rozaban con su pierna, al rato me volteo y me coloco de frente mirando el techo de la habitación, y sentí su pierna encima de la mía, ufff! Iba a explotar, me comentó que hacía mucho calor y que se iba a sacar su camisón de dormir, y que iba !
a estar cubierta con la sábanas, lo cual hizo, debajo de éstas, no lo podía creer, estaba totalmente desnuda al costado mío tremendo monumento de mujer, yo seguía aún con mis boxers y sudando frío, cuando en eso ella me da la espalda y yo bajo la mano y toco su pierna, como no dijo nada la dejé encima, empecé a acariciársela, y como también seguía callada fui directo a sus nalgas acariciándolas, sumamente suave, eran inmensas, continué amasando ese poderoso y enorme culo, perfectamente redondo y rígido, así que me dirigí al centro con mi dedo índice, el cual luego de 15 segundos aproximadamente giró para darme la cara, pedí disculpas, pensé ofenderla, sin embargo me brindó una sonrisa de satisfacción, y procedió a bajarme los boxers, me quedé inmovilizado, y me agarró la pija y los huevos maravillosamente, estaba a punto de terminar, y apretó su cuerpo al mío, sentía sus tetas divinas en mi pecho, y empezó a besarme, que delicioso beso, largísimo, aproveché para empezar a t!
ocar esas tetas que toda mi vida había soñado con tenerlas, no dejaba de acariciárselas, hasta que bajé y empecé a chapárselas por espacio de 20 minutos creo, se las mordisqueaba, y no dejaba de succionar su tremendo pezón, ella gemía de placer, y me pedía que siguiera, que no parara, en eso, bajo mi mano para apoderarme de su concha, era para mí bastante grande a comparación de las que había visto y tocado anteriormente, jugué con sus labios y su clítoris, hasta hacerla terminar un par de veces, para esto no dejaba de succionarle las tetas, hasta que me hizo a un lado y me dijo sube, quiero que me lo metas hasta el fondo, debo confesar que ni bien coloqué la cabeza en la puerta de su concha ingresé inmediatamente hasta el fondo, estaba mojadita, creo que apenas duré 5 minutos y la bañé en leche, ella, como no se me bajaba también terminó. Descansamos un momento, y yo como siempre con mis manos en sus tetas, diciéndole que desde pequeño me había atraído demasiado, ella confe!
só que le gustaba que la mirara cuando se cambiaba, cuando daba de lactar, cuando se aseaba, etc. En eso empezó a acariciarme y luego a correrme nuevamente la pija, la cual se puso dura de inmediato, le pedí que me enseñara todo los placeres del sexo, ya que con 16 años no había tenido casi nada de experiencia, me contestó que no había problema, para cual, siempre corriéndomela, se bajó y empezó a chupármelo de una manera increíble, que manera de mamar, me lamía los huevos, se los metía a la boca recorría el largo de mi miembro con su lengua y vuelta se la metía a la boca, me hacía una paja con sus labios, que riiico....., como comprenderán me vine en su boca y en sus tetas, la cual bebió hasta la ultima gota, habrían pasado 5 minutos y nuevamente me la empezó a correr y como resorte la tenía nuevamente lista para otra batalla, y me comentó que era lo que siempre se imaginó, estar con un joven de 16 años como yo, le iba a traer muchas satisfacciones, porque se venían y nueva!
mente estaban listos para otra faena, me pidió que le chupara las tetas lo mas fuerte que pudiera y por ratos que se las mordisqueara y con mi mano derecha, le metiera el dedo medio y el índice poco a poco al culo y con la otra mano le frotara toda la concha y por momentos pellizcarle el clítoris, lo hice así, sin quitarme de la boca sus hermosos pechos, se vino 2 veces seguidas, y enseguida me dijo que le chupara la concha, lo cual hice sin ningún problema, durante 20 minutos aproximadamente, para luego terminar en estupendo perrito. Esa noche fue increíble, igual que las demás, lo hacíamos a cada momento, hasta que una tarde a sus hijos se los llevaron a visitar a unos parientes y nos quedamos solos en la habitación, empezando otra faena, esta vez empecé masajeándole la espalda, la cintura y el enorme culo, poco a poco le fui metiendo el dedo y paralelamente le frotaba el clítoris, dándole variados besitos tanto en la concha como en el culo, estaba tan caliente que se pus!
o en cuatro y me pidió metemelo por el culo.... accedí encantado, para lo cual, cogió un pote de crema de manos y me pidió que se lo untara en todo su orificio, para que a la hora de meterlo sea mas fácil y mi pija resbale. Que cogida!! Como apretaba ese culo....guauuu, me vine 2 veces, era tanta la excitación que ni siquiera lo saqué a la primera terminada. Fue el verano mas maravilloso que pasé con mi linda cuñadita jamás imaginé coger tanto y con un monumento de mujer, de ahí en adelante nuestra relación fue como si no hubiera pasado nada

Solo para tetofilos


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Entrando al 8° semestre de la carrera de leyes, me inscribí en una clase de derecho fiscal y en vísperas de la primer clase del semestre, me encontraba esperando con mis compañeros la llegada del maestro de asignatura, para esto eran ya aprox. las 7.15 de la tarde, cuando de pronto se hace presente, subiendo por las escaleras que conectan al segundo piso en que estábamos, la maestra de la clase, una tremenda mujer de 40 años de edad en tanteo, de 1:60 de estatura aproximadamente , de complexión regular y yendo a lo mero bueno, unas enormes y jugosas tetas sostenidas por un marcado brassier debajo de una blusa blanca que parecían romperse con la presión de esos enormes globos de carne, yo solo pensé "que bien que ella vaya a ser mi maestra".

Entré gustoso al salón de clases y ella comenzó la introducción de la misma, empezando a explayar temas concernientes al derecho fiscal, pero para ser sinceros, me interesaba un carajo lo que dijera, mi mirada solo atendía una cosa, y desde luego, eran ese par de tetas monstruosas que colgaban de su pecho, casi hacia su estómago, y mi cerebro solo me incitaba a jugar con las fantasías sexuales que me inspiraban esos increíbles senos.

Al final de la clase, me presenté cordialmente con mi nueva maestra, supe que se llamaba Laura y era viuda, madre de dos hijos y con una buena trayectoria en el derecho; mientras hablábamos solo aprovechaba cualquier momento en que ella desviara la vista para postrar mi mirada en sus tetas. Las clases transcurrían bajo los mismos términos, al final de las mismas, me que quedaba siempre con ella para hacerle platica y acercarme un poco mas a esa señora, y darme naturalmente un taco de ojo, a veces hacía que me revisara las tareas y ella se sentaba a revisar mis escritos mientras yo me paraba a su lado y tenía todo el panorama hacia abajo de sus chiches, mis ojos se querían salir mientras deleitaban esa enorme raya que se forma cuando el brassier comprime sus tetas una contra la otra, carajo, como me ponía a mil tan solo de ver esas hermosuras y de la inminente concupiscencia que me despertaban de ponerlas en mi boca y hacerlas desaparecer.

Cerca del final del semestre, en una noche calurosa de verano, terminando la clase me acerqué a ella, platicamos un rato, le ayudé a cargar sus libros y nos dirigimos hacia su carro, me hizo notar que sus hijos estaban de viaje y pasaría la noche sola en casa, ya que como anteriormente dije, era viuda, por lo que para el caso, me preguntó si tenía hambre, a lo que yo le respondí que naturalmente que tenía (pero de tetas), sucesivamente y como por arte de magia, me entera de que es su deseo que la acompañara a cenar esa noche a su casa, y yo sin dudar por un momento accedí a la invitación, por lo que nos dirigimos a su casa, ella en su carro, yo en el mío la seguí hasta que llegamos a una cálida y tranquila morada de dos pisos, entramos a la vivienda, se quitó el saco y no pude contener la mirada y descaradamente miré con gran deseo esas tetotas, a lo que ella se dio cuenta y sonrió, me preguntó si me gustaban, con algo de pena y asombro le dije que si, que me encantaban, luego me preguntó que qué me gustaría hacer con ellas, y yo dije "uyyyy, tantas cosas" para esto sentía que mi verga iba a explotar, por lo que sin mas trabas la tomé por la espalada y le comencé a dar un masaje en esos enormes senos deliciosos que apenas me cabían en las manos, sentí que sus pezones comenzaron a ponerse duros, y así continué agarrando y apretando fuerte esas tetotas como quien quisiera ordeñar una vaca y sacarle la leche apretando fuerte la teta, aunque todo esto aun por encima de la blusa y el brassier, ella comenzaba a gemir de placer mientras yo me excitaba mas y mas, luego con mi mano derecha y todavía por atrás de ella jalaba su blusa hacia abajo para prenderme viendo como se dibujaba la raya divisoria de sus tetas apretadas que tanto me excita ver en las mujeres, veía el comienzo de su blanco sostén y unas grandes tetas muy apretadas queriendo romper todas las ataduras, me coloqué por delante de ella y así, jalando la blusa bien entallada hacia abajo, comencé a lamer esa raya de sus tetas y a meter mi lengua en medio, luego pasé a mordisquearle los pezones aún vestidos, mi boca sentía unos enormes pezones que ya se dibujaban sobre las prendas, solo me imaginaba unos largos pezones cafés, de forma de mamila de biberón por haber amamantado a dos niños antes que a mi; no pude contener las ansias y arranqué la frágil blusa con mis manos quedando como único impedimento para tener sus tetas en mi boca, su brassier y el tiempo de espera para quitárselo, ya sus pezones se veían mas dibujados y tiesos, oh, era un sujetador tan ajustado que casi solo tapaba sus aureolas, el resto de las tetas se desbordaba por fuera queriendo expulsar el corpiño a toda costa, ya con un hambre incontenible, empecé por mamar el pedazo de teta que quedaba por fuera del sostén, lo succionaba con fuerza, como una aspiradora, cual si quisiera sacarle la teta completa del brassier con mi boca, primero la izquierda , luego la derecha, las succionaba con muchas ganas y le quedaba roja la piel, con el chupetón pintado, no me pude contener y la cargué la llevé alzada hasta su habitación , ha decir verdad, no se si era su recámara, pero la llevé a la primer cama que vi en un cuarto, me hizo saber que no me dejaría por ningún motivo penetrarla, es decir, imponerle cópula, solo quería darme sus tetas, y sinceramente, solo sus tetas me interesaban, por lo que recostada en su cama, por fin le quité el sujetador y se liberaron de una vez esas ubres que tantas fantasías me crearon, con unos pezones divinos, enormes y en forma de u horizontal, Laura se dio cuenta de que se me hacía agua la boca por sus atributos completamente naturales, sonrió y me dijo, "mama todo lo que quieras", yo sin tardar un segundo, me postré sobre ella y con ambas manos le sujeté, junté y apreté las tetotas que se esparcían hacia los lados por hallarse recostada, y al juntarlas, tan solo al intentar contenerlas con ambas manos me di cuenta de lo grandes y jugosas que estaban, me abalancé sobre ellas como si se tratase de la comida mas deliciosa del mundo, comencé a mamarle la teta izquierda, abrí mi boca tanto como pude y metí de igual manera, tanto como pude esa tetota en mi boca, conseguí cubrirle poco mas de la aureola y así succionaba con fuerza todo el pedazo de carne, mientras que intentaba lengüetear su pezón enorme que estaba hasta el fondo de mi boca, así, sin exagerar la situación

Dure succionando, mamando, chupando su teta izquierda sin sacarla de mi boca mucho rato, luego estiraba su pezón con mis labios cuando estos llegaban a la punta de mi boca, la mujer estaba como loca de placer, hice la misma operación con su teta derecha, luego juntaba ambas tetas y los pezones tanto como podía, y metía ambos en mi boca, así se los mamaba muy sabroso, los jalaba con mis labios y latigaban contra la teta, me daba cuenta que se ponían cada vez mas largos, así mismo pasaba mi lengua alrededor de su aureola, sentía como lamía esas tenues bolitas que los rodean y volvía a las succiones fuertes sobre sus tetas, pasé fácil dos horas en este estado, y ya las tetas de Laura estaban rojas de tanta hambre que me despertaban, a ella le encantaba que se las mamara de esa forma y estaba tan excitada que no quería que parara, luego con ambas manos le sujetaba una sola teta y la apretaba firmemente pero sin lastimarla, de nuevo abría una gran boca y me la metía tanto como me cabía mientras mi mente solo pensaba en sacarle leche o el líquido de prelactancia que le sale a las mujeres jóvenes, el chiste es que quería vaciar sus tetas por conducto de sus pezones de tanto que las chupaba, jamás había estado tan excitado antes y a decir verdad jamás hubiera parado de mamar si mi boca no se hubiese quedado tan seca.

Lactancia su secreta fantasía..


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Fernando observaba la escena por el rabillo del ojo, intentando simular que prestaba su total atención a la televisión. En el otro extremo del sofá estaba Ana, su mujer, que acomodaba en su regazo a la pequeña Elizabeth, de cinco meses, y que en ese momento estaba tomándose el almuerzo.
-"Se está poniendo las botas..." –Murmuraba para sus adentros.- "Desde luego, calcio no le faltará nunca."
Suspiró y eso atrajo la atención de su esposa, que arqueó una ceja mientras continuaba acariciando el suave cabello marrón de su hija. Esta tenía la boca prendida del pezón derecho de la mujer, moviendo las mejillas cada vez que succionaba. De vez en cuando apoyaba su manita en el busto de su madre, como abrazándola. La escena era tan tierna que como para emocionar al más insensible, sin embargo, Fernando no solo sentía ternura al verla.
-"Envidia... Deseo... Lujuria..." –Las enumeró mentalmente.-
Aún recordaba la primera vez que, al poco de nacer, había presenciado a su hija mamando, le había hecho llorar, sí, pero incluso en ese momento único, sus instintos más primitivos habían despertado, llenándolo de un deseo que, a veces, consideraba sucio. En resumidas cuentas, lo que a Fernando le excitaba y hacía tensarse de excitación era la expectativa de "probar" a su mujer, en todo el sentido de la palabra.
Siempre le habían encantado los pechos de su mujer pero, a raíz del embarazo, estos, junto con todo su cuerpo, habían cobrado una esbeltez que convertía lo tentador en irresistible. Si era posible, ahora estaba más seguro de que la amaba, y, mejor aún, de que el deseo que se entrelazaba con su amor era tan sólido como el primer día.
Sin embargo, no todo eran buenas noticias, al menos en lo que a él y sus deseos se referían. Desde que Elizabeth reclamara los senos de su madre como fuente de alimento principal, estos habían pasado a estar casi vetados mientras hacían el amor. Fernando había intentado ser suave y paciente, dulce y comprensivo, pero, cada vez que hacía algo más que acariciarlos suavemente o llenarlos de dulces besos, ella se tensaba, preocupada, y él, conocedor del cuerpo de su mujer, se retiraba hacia zonas menos peligrosas.
Suponía que era una reacción normal, pero, aún así, le dolía. Le dolía porque él deseaba acariciar y lamer los pechos de su esposa como él sabía que a ella le encantaba, y le dolía, también, porque desde prácticamente el primer momento que vio gotitas blancas manchar los pezones de su mujer, había deseado ser él quien los limpiara. Con la lengua, y no necesariamente rápido, para ser más exactos.
El punto determinante en sus fantasías estuvo provocado por sus investigaciones en Internet. Dado que no quería ser un padre pasivo y deseaba estar al lado de su esposa tanto en el embarazo como en el tiempo posterior, Fernando se había documentado bien, visitando páginas especializadas, leyendo documentos de médicos expertos en la materia y, sobretodo, convirtiéndose en un visitante asiduo de cierto foro de Internet donde mujeres intercambiaban sus opiniones y experiencias sobre el embarazo.
Era un foro curioso, pero también le causaba sudor frío en ocasiones. Leer como las mujeres charlaban tranquilamente sobre "dilatación" o "episiotomías" de la misma manera en que lo haría un grupo de amigas debatiendo sobre el tiempo, le dejaba estupefacto y, ante todo, hacía que su respeto hacía las mujeres aumentara considerablemente. No creía conocer a ningún hombre al que le hablaran de cortarle el perineo y no perdiera el color del rostro. Las mujeres, simplemente, eran seres superiores.
Entre muchos consejos útiles que no dudé en apuntar, encontré interesantísima la sección de experiencias personales, y, en concreto, las que apuntaban a los problemas y dificultades a la hora de llevar la lactancia. Fue en ese sitio donde aprendí el término "lactancia erótica", y supe por fin ponerle nombre al fuerte deseo que sentía, el anhelo de compartir esa experiencia con mi mujer, de llenar mi boca con su leche y saborearla en mi paladar.
Había testimonios para todos los gustos; algunos eran optimistas, comentando que la lactancia no había supuesto ningún problema para su vida sexual, sino que, por el contrario, habían encontrado una buena forma de utilizar el "excedente" de leche que solían producir a lo largo del día. Otras narraciones eran más tétricas, relatos de mujeres a las que sus parejas tocaban con desgana o, incluso, de hombre que se negaban simple y llanamente a mantener relaciones sexuales con sus mujeres porque les daba "asco".
Eso a él le encrespaba, hubiera deseado tener en frente a esos imbéciles y enseñarles cosas como "respeto", "tolerancia", "compasión" y "tacto". Con idiotas como aquellos, era normal que hubiera tantas depresiones post-parto.
Pero en lo que todos los testimonios coincidían era en que compartir la lactancia con sus parejas creaba un vínculo especial entre ellos y, sobretodo, resultaba de lo más placentero. Era una forma única de vivir la pasión.
A Fernando todos esos testimonios positivos le alegraban y, ¿Por qué no decirlo?, le excitaban. Le ponían a cien. En ese momento, no deseaba más que tumbarse junto a su mujer, acariciar suavemente uno de sus senos y unirse a la comida.
Unos sonidos satisfechos de su hija volvieron a llevar la atención de Fernando al presente, Elizabeth, medio dormida, se había apoyado en el reposabrazos mientras Ana se colocaba el sujetador especial y la camiseta.
-Esta va a quedarse roque en cualquier momento. –Comentó la mujer mientras se levantaba.- Con suerte se echará una siestecita y podré trabajar tranquila.
Ana trabajaba encargándose del mantenimiento de varias páginas web, era un trabajo perfecto, dado que podía realizarlo desde casa, sin perderse ni un solo minuto de su nueva maternidad. En una ocasión,
Fernando había encontrado a su mujer sentada frente al ordenador, con Elizabeth dándose un buen atracón mientras ella trasteaba con la página web de un concesionario de motos. La escena le había parecido la simbiosis perfecta entre la vida profesional y familiar. Se había sentido emocionado, excitado y un poco celoso, por ese orden.
-¿Vas a trabajar? –Él también se incorporó.- Estaba esperando la respuesta a un mail, miro si a llegado y cierro mi sesión, ¿Vale?
-Claro, yo mientras acuesto a esta preciosidad.
Cuando su mujer pasó por su lado, él aprovechó para pellizcarle cariñosamente el trasero, provocando una sonrisa y una negación de cabeza en la fémina.
-Date prisa con el correo, quiero ponerme a trabajar ya. –Observó que los ojos de su esposo no se despegaban de su trasero y lo meneó suavemente mientras suspiraba exasperada.- ¿Ves algo que te guste?
-Me gusta, sí, me gusta mucho... –Hubo un chispazo momentáneo entre los dos, una mirada entendida que habían desarrollado con el paso del tiempo, una complicidad que decía claramente lo que querían; hacer el amor, y cuando lo querían; ahora. Él miró su reloj y gruñó.- Pero solo tengo diez minutos antes de irme.
-¿Debería decir que soy una mujer afortunada porque en diez minutos no nos daría ni para empezar? –Ella le guiñó el ojo y se marchó, contoneándose ligeramente, actuando para él. Volvió a gruñir.-
Ana era preciosa. De estatura media, cabello largo castaño y ojos negros, todo su cuerpo parecía haber florecido con el embarazo, y él lo apreciaba, o sí, lo apreciaba. Al contrario que su esposa, él tenía los ojos marrones y el cabello negro, una mezcla de la cual su hija había heredado la mejor combinación; castaña y con ojos marrones. Él no estaba mal, o eso creía, pero siempre se había sentido afortunado de haber podido convencer a una mujer como Ana de que compartieran sus vidas.
Perezosamente fue al cuarto del ordenador y comprobó que el correo electrónico que esperaba había llegado. Lo leyó y se puso a escribir la respuesta.
-Vas a llegar tarde. –Le avisó su mujer desde la otra habitación.-
-Ya va, ya va... –Terminó de teclear las últimas letras e hizo clic en "Enviar" justo cuando la fémina entraba en la habitación.- Todo tuyo, y que no me entere que haces guarrerías con la cámara web.
Ella soltó una carcajada y rápidamente se tapó la boca, conteniendo el ruido para no despertar a Elizabeth. Cuando se hubo controlado, le pasó los brazos por el cuello y le besó al tiempo que murmuraba un coqueto "Ya sabes que solo hago guarrerías para ti".
-Y eso es algo que yo valoro. –Se lo demostró con otro beso al tiempo que aprovechaba para apretarla contra sí y notar ese magnífico busto contra él.- Me voy, me voy...
Salió de casa con una sonrisa, montó al coche y, cuando ya había recorrido un par de kilómetros, frenó en seco, dando gracias a Dios por no tener ningún coche detrás en ese momento. ¿Había cerrado su sesión del ordenador?, ¿Había cerrado las ventanas del Internet Explorer?
-"Oh, Dios..." –Se pasó la mano por la frente y trató de recordar.- "No, no lo he cerrado, no he cerrado nada... Oh, Dios..."
Cerró los ojos con fuerza cuando recordó lo que había estado viendo justo antes de que Ana le llamara para comer. Estaba en el foro de mujeres embarazadas, leyendo uno de los testimonios de mujeres lactantes mientras decidía si poner un mensaje en el foro para pedir consejo a las otras mujeres. Era una idea que había barajado muchas veces pero que no acertaba a poner en marcha. Salvo algunos especialistas que respondían dudas a veces, él era el único hombre que solía estar por ahí, y quedar cara a cara con una manada de lobas era imponente. Lobas con instintos maternales, sí, pero lobas igualmente.
Maldijo por lo bajo y le gruñó al espejo retrovisor cuando un coche pitó para que siguiera avanzando.
-"Ana cerrará mi sesión sin mirar nada." –Se intentó autoconvencer.- "Ella es demasiado honesta como para..."
Era una idea ridícula, pues claro que miraría. Ana se iba a enterar de su secreto lácteo mejor guardado, ¿Qué iba a pensar de él? También había leído de mujeres que se negaban a compartir esa experiencia con su pareja, considerándolo algo exclusivamente perteneciente a ella y el bebé. ¿Y si este era el caso? ¿Y si se enfadaba? ¿Y si...?
Lo que fuera a pasar, pasaría. Suspiró. En realidad también se sentía un poco aliviado. Ocurriera lo que ocurriera, todo se solucionaría esa noche cuando llegara de trabajar. Tuvo un escalofrío.
***
Mientras el Sol se ponía, Fernando daba golpecitos con los dedos en el volante. Había conseguido aparcar casi enfrente de su edificio, tan cerca que podía ver luz en su casa. "Al menos no se ha cabreado tanto como para marcharse. Buena señal." Por si acaso necesitaba incentivos, había comprado una caja de bombones de chocolate con relleno de menta, los preferidos de su mujer. ¿Un soborno? Para nada. Era una ofrenda de paz.
Reacio a seguir cociéndose en su propia inseguridad, abandonó el vehículo y, con la cabeza en otro lado, llegó a su casa. Dejó las llaves, la cartera y el móvil en la mesilla de la entrada, se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de la silla que tenía más cercana en el salón.
-Hola, cariño. –Le saludó Ana desde la cocina.- ¿Ya has vuelto?
-No, soy un ladrón y he venido a robar. –Comentó él con ironía mientras se acercaba a ella. Al parecer no habría malas caras nada más entrar. Otra buena señal.-
-Pues se ha equivocado de casa, Señor Ladrón, no sabe usted lo que cuesta mantener a un hijo. –Se incorporó ligeramente de puntillas para darle un beso mientras seguía removiendo algo en un cazo.- Ve y ponte cómodo, Eli está en su nido, entretenida con un muñeco, yo mientras termino de hacer la cena.
-Huele bien. –Intentó meter un dedo en el cazo y se ganó un golpe con el cucharón. Agitó la bolsa frente a su mujer.- Eh... Por casualidad pasaba por la tienda, y me he acordado de ese chocolate que tanto te gusta, y... Eh... Te he comprado una caja.
Los ojos de Ana se achicaron al ver los bombones. El brillo de estos delató varias emociones: Gula, agradecimiento y perspicacia por partes iguales. ¿Perspicacia? Él solo le hacía un regalo a su mujer, ¿Qué había de sospechoso en eso?
-Vaya, que detalle. –Los metió en la nevera.- Los tendremos como postre.
-Creía que mi postre eras tú. –Le mordisqueó la oreja y ella se estremeció.-
-Eso es el postre deluxe, especialidad de la casa, y se sirve solo en el dormitorio.
-Menos mal que llamé para reservar la cama. –Apuntó él teatralmente mientras se marchaba.-
¡Perfecto! No había ningún problema, ni malas caras o recriminaciones. ¡Nada! Tal vez Ana había podido superar su curiosidad y no había mirado las páginas que estaba visitando. Tal vez.
Una ducha y el pijama sirvieron para despejarle la cabeza. Pasó el rato que tardaba la cena jugando con Elizabeth, deleitándose de su forma de reír y ligeramente picado porque su primera palabra fuera "mamá".
Una vez su mujer le había pillado susurrándole "papá" a la niña una y otra vez, intentando que aprendiera la palabra. Ana se había reído tanto que había acabado llorando. Él se defendió sacando pecho y alegando que podía enseñarle las palabras que quisiera a su hija, no lo hacía por envidia, no, solo quería mejorar su vocabulario.
Mientras cenaban en el salón, Fernando fue consciente de que quizás no todo fuera tan bien como creía al principio. Percibía una pequeña tensión, aunque quizás se la estaba imaginando.
Sus sospechas se confirmaron cuando Ana cogió a Elizabeth y se la llevó al dormitorio al llegar la hora de su cena. Se quedó mirando como desaparecían por el pasillo y se estremeció.
-"Lo he estropeado todo." –Se decía una y otra vez, barajando posibles soluciones al problema.- "Pensará que soy un pervertido o algo peor."
Al llegar el momento de irse a la cama, Fernando vio como su mujer se ponía el atractivo camisón que solía usar los días calurosos. Notar sus curvas ceñirse a la prenda, en especial las redondeces de sus senos, le puso a cien.
Ana se aseguró que el receptor del cuarto del bebé estaba encendido y después se volvió hacia él, acariciándole la espalda cariñosamente.
-¿Dijiste algo de un postre deluxe? –Susurró ella con voz melosa.- Porque me apetece en este momento.
Fernando no necesitó más palabras, tomó su rostro entre sus manos y la besó, con suavidad al principio, ardorosamente después. Disfrutó como un adolescente cuando sus lenguas se encontraron y entablaron esa suave y húmeda batalla por el control de sus bocas. Las caricias siguieron a los besos, y los gemidos a las caricias. Fernando se deleitó con la suave morbidez del cuerpo de la mujer, dejó que sus manos disfrutaran recorriendo las caderas de esta, su vientre, sus costados, sus pechos...
Ella se tensó de repente.
Él maldijo por lo bajo.
-Perdón... –Fue el susurro de su esposa mientras se apartaba lo justo para mirarle a la cara.- Yo... Tenía algo que decirte, casi se me olvida.
-Ana, sobre lo de Internet... –No sabía como justificarse, pero, si evitaba que hubiera problemas entre ellos, descubriría el modo. Con tal de volver a encender la hoguera que tenían hacía un minuto, cualquier cosa.-
-No, déjame terminar. –Ella tomó aire.- He estado hablando con Cleo.
Cleo era su amiga del alma y la persona que, aparte de su madre, más la había ayudado con la maternidad. Ella ya iba por el segundo hijo y tenía pensado encargarle el tercero a la cigüeña más pronto que tarde.
Eso si conseguía que su marido cooperara. Había oído a Ramón hablar de hacerse la vasectomía, a lo que seguía su frase de: "Las mujeres, en cuanto tienen un hijo, quieren más, y no paran hasta conseguirlos, Fer, no paran." Era un Profeta.
-Ella dejó de darle el pecho a sus hijos a los seis meses, dice que es lo mejor si no quieres que el pecho se caiga o... –Suspiró.- Bueno, lo que quería decir, es que estaba pensando en destetar a Eli dentro de unas semanas.
Me miró casi con timidez. ¿Ana, su Ana, mirándolo con timidez? ¡El cielo cae sobre nuestras cabezas!
-No habrá problemas después, ¿Vale? –Me dedicó una pequeña sonrisa.- Todo será como antes.
No entendía nada. Fernando miraba a su esposa estupefacto, como si esta hubiera aparecido de repente, ahí, en su cama, con el aspecto de una Diosa de la Fertilidad ávida de usar su poder.
¿Le estaba diciendo suavemente que se negaba a entrar en todo el tema de la lactancia erótica? ¿Intentaba no ofenderlo? No se lo parecía. A lo mejor estaba un poco confundido, tal vez porque mucha de su sangre estaba concentrada en cierta zona de su anatomía, pero creía que alguien lo había entendido todo al revés. Ana parecía estar disculpándose por ser una madre lactante, pero, ¿Por qué?
Entonces se le encendió la bombilla. ¿De que iba el testimonio que estaba leyendo en el foro de mujeres? Eran las palabras de una mujer que se arrepentía enormemente de haberle estado dándole el pecho a su bebé, alegando que los dolores que le daba en los senos cuando no podía sacarse la leche la traían de cabeza, y, principalmente, que no poder tener relaciones sexuales plenas con su pareja, que rechazaba ese aspecto de ella, la hacía sentir culpable. El día que se le "secara" la leche, planeaba montar una gran fiesta cuyo punto culminante se llevaría a cabo en el dormitorio.
La mujer incluso daba detalles de lo que planeaba hacerle a su hombre con sus recién "liberados" pechos. Fernando había pensado que el tipo, pese a ser idiota, era afortunado por tener una mujer con tanta imaginación.
Ese testimonio, leído sin ningún conocimiento previo, había ocasionado que Ana lo entendiera todo mal. ¡Dios! ¡Pero si creía que le molestaba que estuviera lactando! ¡Cuando lo único que quería hacer era beber de ella y apagar esa sed que le estaba consumiendo desde hacía cinco meses!
-Ana. –La cogió de los hombros y la acercó a él hasta que quedaron juntos, abrazados.- Lo has entendido mal, cariño, lo que has leído no es lo que yo pienso, ni mucho menos, todo lo contrario.
-Pero...
-Nada de peros. –Gruñó él. Ahora que se había armado de valor para confesarse, no iba a dejar que le detuviera.- Ana, llevo tiempo en ese foro de mujeres, he usado algunos consejos suyos mientras estabas embarazada, y después.
-¿Cómo los masajes en los pies? –Saltó ella de pronto. Ya había sospechado cuando en el sexto mes el se ofreció a darle esos masajes, y ahora veía que su perspicacia estaba justificada.- Sabía que alguien te lo había dicho, fueron todo un detalle, amor, los necesitaba.
-Sí, lo de los masajes lo saqué de ahí. –Asintió con la cabeza mientras sonreía.- Pero... Lo que más me ha llamado la atención... Es... Bueno...
-Cariño, sabes que nada de lo que digas va a escandalizarme. –Le obligó a mirarla a la cara, hipnotizándole con esas lagunas oscuras que llamaba ojos.- Vamos, cuéntame.
-Yo... –Carraspeó.- ¿Sabes lo que es la Lactancia Erótica?
-¿Lactancia Erótica? –Parpadeó y se miró al escote antes de volver a alzar una confusa mirada hacia él.-
-Sí, es... Bueno... Es cuando... Cuando compartes con tu pareja... Ya sabes...
-¿Mi leche? –Se volvió a mirar el escote, un leve rubor apareció en sus mejillas.-
-Sí, tu leche... La Lactancia Erótica va de eso... De incluirla en la vida de pareja, de una forma... Sexual... –Se le había quedado la boca seca. ¿Era su imaginación o los pechos de su mujer parecían repentinamente enormes?-
-¿Cómo de sexual?
-Muy sexual. –Volvió a carraspear.- Bueno, eso era todo, no es que me moleste, cariño, al contrario, estoy encantado. Y francamente, que dejes de darle el pecho a Eli a los seis meses me parece... Bueno, es tu decisión, pero creía que querías dárselo durante el máximo tiempo posible, aprovechando que trabajas desde casa.
-Es lo mejor para ella. –Comenzó lo que podía ser una explicación sobre los beneficios de la lactancia, pero de repente frunció el ceño y le clavó un dedo en el tórax.- ¡Eh! ¡No me cambies de tema! ¡Estábamos hablando de Lactancia Erótica! ¿De verdad quieres hacer algo así?
-Sí. –Fue rotundo.- Si no te importa, claro... Es que... Ana, ya sabes que tus pechos siempre me han vuelto loco. Tú misma los has usado alguna que otra vez para torturarme, y no te recordaré como me provocabas cuando éramos novios...
Ella se rió suavemente.
-¿Qué es lo que quieres hacer? –Le acarició el hombro y le sonrió con picardía.- ¿Tienes algo en mente?
-Tengo miles de ideas... –Indicó con voz repentinamente enronquecida.- Pero... Eso significa... ¿Aceptas? ¿Te gustaría? ¿No lo ves como algo raro o...?
-Oh, cariño, ¿Por qué no iba a aceptar? –Llevó sus manos bajo sus pechos y los alzó, ofreciéndoselos.- El culpable de que estos estén como están no es otro que tu... Eli tiene barra libre, pero tú puedes beber también hasta saciarte.
-Ana... –Le observaba el busto con auténtico deseo.- ¿Estás segura?
-Sí... –Se paso la lengua por los labios, gesto que tampoco pasó desapercibido.- Me sentiría muy feliz si me probaras, cariño, creo que no me he dado cuenta hasta ahora de lo mucho que significaría para mí.
No hubo más palabras. Las manos de Fernando agarraron los bajos del camisón que cubría livianamente el cuerpo de la mujer y lo alzaron en un solo movimiento. Pronto toda la ropa que llevaban quedó desparramada a los pies de la cama, sus respiraciones eran aceleradas, sus manos tanteaban sus cuerpos como si fuera la primera vez que hacían el amor.
Por segunda vez, tomó posesión de la boca de su esposa, besando, lamiendo e incluso mordiéndola ligeramente hasta arrancarle un gemido. Besó su cuello, sus clavículas, lamió el profundo escote de su mujer mientras acariciaba sus pechos con las yemas de los dedos, provocándola, torturándola con la espera.
Ella no se quedó ociosa, sus manos también recorrieron el cuerpo masculino, acariciando de arriba abajo los hombros que tanto le gustaban, sus costados y, desde luego, recorriendo su vientre hasta encontrar su virilidad dura, caliente y pulsante entre sus manos.
De repente se detuvo.
-¿Qué pasa? –Fernando se separó con renuencia de ella para mirarla.- ¿Ana?
-Se me acaba de ocurrir un chiste malo sobre leche. –Ella prácticamente ronroneó mientras le daba un suave apretón en el miembro endurecido, dejando bien claro a qué se refería.- ¿Te lo cuento?
-Luego. –Fue la escueta y enronquecida respuesta de Fernando mientras apilaba las almohadas de modo que ella quedara cómodamente reclinada.- Ahora, por favor, ten piedad de mi y...
-Vale, vale... –Se rió con coquetería.- A ver si este bebé tan grande que hay en mi cama se queda satisfecho con su postre...
-Lo estará.
Y se inclinó sobre ella, zanjando cualquier otro tipo de discusión. Intentaba ser paciente, no quería estropearlo todo por su ansía, y mucho menos hacerle daño. Tenía que ser delicado y preciso, atento y... Dios, se iba a morir de deseo. Quería probarla, y lo quería ya.
Acarició uno de sus pezones frotándolo con su rostro mientras que acariciaba el otro con una de sus manos. Los atrapó entre sus dedos, los acarició hasta encontrarlos endurecidos y deseosos de mayores atenciones. Los humedeció levemente con su lengua, casi sin tocarlos.
Ella se estremeció.
Acercó su boca a una de aquellas puntas que tanto deseaba, sopló ligeramente, provocando otro escalofrío en la mujer. Sin mayor dilación, se lo introdujo en la boca. Ana soltó un quedo gemido al tiempo que situaba sus manos en la cabeza de su marido, acomodándolo como si de Elizabeth se tratara.
-Sé suave... –Susurró ella.- Cuidado con los dientes...
-Mmm... –Ese sonido de placer debía de ser respuesta suficiente,
porque no pensaba separarse de ese hermoso pecho que había atrapado por fin.-
Fernando tuvo el impulso primitivo de succionar, sin llegar a estar del todo seguro de si lo hacía por el deseo de vivir su anhelada experiencia o si era simplemente la conducta innata de mamar lo que le llamaba. Pese a todo se controló. Se deleitó durante todo un minuto con sus oscurecidas aureolas, dibujándolas con la lengua una y otra vez. Ella le apretó ligeramente contra su pecho, manifestando su placer.
Acarició su pezón cos los labios y lo rodeó con lengua varias veces, soltándolo tras una levísima presión. La respiración de Ana se tornaba cada vez más pesada, también ella se encontraba a la expectativa del gran momento, excitada y deseosa, como bien evidenciaba la creciente humedad que se concentraba en su sexo.
Fernando ya había sentido el dulce sabor de Ana tras sus primeras exploraciones, pequeñas gotas que escapaban de los pezones debido a la excitación. Pero quería más, quería sentirla en su boca, saborearla en el paladar, en la lengua... Su primera succión fue leve, especulativa.
Ana gimió con suavidad y se movió bajo él.
-Sí... –Susurró más cosas en voz baja.- Así, muy bien, cariño, lo haces muy bien...
Por fin, después de cinco meses de tortura, cinco meses de envidiar a su propio bebé, estaba tomando la leche de su mujer. No pudo evitar que un sonido de placer reverberara en su garganta cuando el tibio líquido llenó su boca por primera vez.
Tragó toda la dulzura que su mujer le ofrecía generosamente y sintió placer, auténtico placer. El sexo, en su base fundamental, es un intercambio de fluidos, ¿Por qué no añadir la leche materna a la lista? Él lo haría, sin duda. ¡De hecho, lo estaba haciendo!
Mientras acariciaba la tersa piel de su mujer, continuó bebiendo de ella, escuchando sus quedos gemidos, sus palabras de ánimo... Pero la cosa no acababa allí, por él, podría estar de ese modo hasta que no quedara ni una gota de su preciado oro blanco, sin embargo, sabía que podía convertir esa experiencia en algo aún más maravilloso y erótico. Habían sido las mujeres del foro las que le habían dado los detalles más concretos con sus narraciones, al parecer, durante la succión, se producían algo parecidos a "contracciones en la matriz" de la mujer, algo que podía llegar a ser sumamente placentero.
Dudaba que se hubiera enterado de ese detalle en otro sitio que no fuera un foro de mujeres, a fin de cuentas, los hombres no se dedican a hablar de eso en los bares. "¿Qué te parecen los fichajes del Madrid este año?, ¿Tiene tu esposa contracciones en la matriz?" No, definitivamente, no era un tema masculino.
Y él sabía algo más, por aclamación popular de todas ellas, había algo que convertía el hecho de dar de mamar en una auténtica experiencia orgásmica.
Lentamente pero sin vacilación, una de sus manos fue recorriendo el vientre de su esposa hasta llegar los rizos húmedos de su entrepierna. Ella jadeó cuando sintió los dedos de su marido internarse ahí donde su carne era más tierna.
-Sí, sí... –Ana se lamió los labios y cerró los ojos.- Justo así...
Mientras las caricias continuaban y se hacían más certeras, el cuarto se llenó de pequeños gemidos, jadeos y algún que otro sonido de succión.
-Cariño, me estás... –Se estremeció de placer.- ¡Qué bueno!
Él podía decir lo mismo. Al tiempo que bebía ese néctar de los dioses y la acariciaba con la familiaridad que da la práctica, también frotaba su sexo contra el muslo de la mujer, que no evitaba murmullos apreciativos y comentarios sobre cosas duras.
Introdujo uno de sus dedos en la intimidad de Ana y esta se cerró a su alrededor. Un segundo dedo siguió al primero, ambos deleitándose de su humedad deslizante. Ella volvió a gemir de placer, esta vez más alto. Prácticamente tembló cuando su pulgar encontró el punto más sensible de su cuerpo. Arqueó las caderas, abriéndose a su exploración, buscando sentirlo más intensamente.
Conforme el clímax se acercaba, su cuerpo respondía de forma más primitiva. Fernando continuaba deleitándose con sus pechos, besándolos, lamiéndolos, succionando su dulce leche...
-Fernando... –Gimió ella.- Me... Voy a... ¡Fernando!
El orgasmo la atravesó con una fuerza desgarradora. Al tiempo que sus muslos se cerraban aprisionando la mano que tanto placer le daba, ella misma acunó la cabeza de su marido contra su pecho, sintiendo el eco del placer de su sexo en los pezones.
Sufrió varios espasmos, jadeó, intentando no montar un escándalo que despertara a su hija. El hombre había aprovechado un instante en el que ella aflojó la presión para separarse de sus pechos, buscando el aire que tanto necesitaba. La observó mientras disfrutaba de los últimos coletazos de su placer. Los ojos abiertos, vidriosos, los labios separados y húmedos, increíblemente apetecibles.
Una lenta sonrisa fue extendiéndose por su rostro mientras bajaba de la nube a la que su clímax le había llevado. Se estiró lánguidamente, ronroneando.
-Mmm... ¿Va a ser siempre así? –Se frotó el pezón que había recibido mayores atenciones de su esposo.- Tendríamos que haber probado antes con esto de la Lactancia Erótica...
-No te preocupes. –Se lamió los labios teatralmente para que ella lo observara.- Recuperaremos el tiempo perdido...
-Sí. –En un movimiento ágil, hizo un cambio de posiciones y le dejó a él apoyado sobre las almohadas.- Pero antes...
Sonrió de forma perversa mientras bajaba por su cuerpo, besando toda la piel que encontraba a su paso. Una vez tuvo la virilidad de su marido frente a frente, alzó la vista y se apartó el pelo mientras ascuas ardientes aparecían en sus ojos.
-Si no recuerdo mal... Tengo un chiste que contarte... –Susurró ella, excitada.-
-Mmm... –Él aprovechó que le miraba para alzar la mano con la que le había arrancado un orgasmo, limpiando con la lengua la humedad que impregnaba sus dedos. Ella entrecerró los ojos, le gustaba que la saboreara, y a él le gustaba saborearla. Eran una pareja feliz.- Sé suave... Y cuidado con los dientes...
Ella no pudo evitar una carcajada al escuchar las palabras que había dicho poco antes. Sin embardo, tras guiñarle un ojo, se dedicó a lo que realmente quería hacer.
Fue el mejor "chiste" que le habían "contado" en su vida.
***
-Vamos, Eli, ¡Pero si está muy buena! –Fernando zarandeó el vaso frente a su hija de cuatro años.- Mira, es leche de vaca, fresquita y sana.
Elizabeth arrugó su naricilla de esa forma tan mona que solo pueden hacer los niños. Sus tirabuzones castaños se mecieron cuando ella negó con la cabeza.
-La de mamá es más rica. –Fue una sentencia.-
Ana le dedicó a su hija una sonrisa deslumbrante ante su prueba de lealtad, debía ser muy importante para ella que su pequeña no la cambiara por cualquier vaca fea y desconocida. Por otra pare, su marido se ganó un gesto irónico y un inicio de carcajada que frenó al observar la expresión acosada de este.
Todo era su culpa. Hacía un par de días que le había mirado intentando fingir seriedad mientras dejaba caer la bomba.
-Dentro de poco, tendré tres bocas que alimentar. –Explicó mientras se acariciaba el vientre ligeramente abultado donde crecía su segundo hijo, con cuatro meses de gestación.- No creo que pueda manteneros a todos, así que, dado que el bebé tiene preferencia, el resto tendréis que decidirlo entre Eli y tú.
Y ahí estaba él, todo un padrazo, intentando convencer a su hija de que se destetara finalmente. Algo por lo que Elizabeth no estaba por la labor. Chica lista, había salido a su padre. Desde que hacía años tuvieran esa primera noche de placer en la que mezclaron sexo y leche, el líquido elemento había sido un recurrente a la hora de sus relaciones de pareja. Peor, imaginar el sexo sin ese aditivo sería... Irreal.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Era posible hacerse adicto a la leche materna? Miró los pechos de su esposa y gruñó. Sí, sí lo era, y él estaba enganchado. A menos que existiera un grupo de autoayuda que le sirviera para dejar el vicio, estaba en un problema.
Pero él era un hombre con recursos. Conseguiría convencer a Eli de las delicias de la leche de vaca, ¿Qué le habían fallado las palabras? Bueno, tenía media docena de vaquitas de peluche escondidas en el maletero del coche. ¿Qué? ¿Qué estaba sobornando a su hija?
A veces, el fin justifica los medios...
PD. Dedicado a todas aquellas que se tomaron la molestia de darles a sus hijos un sorbito de vida.

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